Miguel Ángel Sosa
Twitter: @Mik3_Sosa
¿Cuántas veces hemos creído tener la razón absoluta en una discusión, convencidos de que nuestra perspectiva es la más lógica y justa? Esta inclinación a sobrevalorar nuestras opiniones y experiencias se conoce como “sesgo egocéntrico”, un fenómeno cognitivo que todos, en mayor o menor medida, experimentamos.
Según el psicólogo David Dunning, famoso por el efecto Dunning-Kruger, este sesgo no solo nos lleva a ver el mundo desde nuestro propio filtro, sino que también nos impide reconocer la validez de otras perspectivas, limitando nuestra capacidad de aprendizaje y empatía.
El sesgo egocéntrico tiene raíces evolutivas. Nuestros antepasados necesitaban confiar en sus propios juicios para sobrevivir en entornos hostiles. Sin embargo, ¿qué sucede cuando esta autoconfianza se convierte en un obstáculo para la convivencia? Al centrarnos en nuestra visión del mundo, corremos el riesgo de interpretar las acciones de los demás desde un ángulo personal, creyendo que sus comportamientos están dirigidos hacia nosotros, cuando en realidad responden a sus propios contextos y emociones.
Este sesgo también se manifiesta en la “falacia de la falsa unicidad”, donde tendemos a pensar que nuestras habilidades o experiencias son más únicas de lo que realmente son. ¿Alguna vez has sentido que eres el único que enfrenta ciertos desafíos? Esta percepción puede aislarnos emocionalmente, haciendo que minimicemos los problemas de los demás o que no busquemos apoyo cuando lo necesitamos. La psicóloga Carol Tavris señala que este tipo de pensamiento puede reforzar la resistencia al cambio y la autojustificación de errores.
En la vida cotidiana, el sesgo egocéntrico impacta nuestras relaciones personales y profesionales. Desde malentendidos en una conversación hasta la incapacidad de aceptar críticas constructivas, este sesgo puede generar conflictos innecesarios. Por ejemplo, en el trabajo, es común que las personas sobreestimen su contribución en proyectos grupales, creyendo que su esfuerzo ha sido mayor al de sus compañeros. Este fenómeno, conocido como “efecto del falso consenso”, puede erosionar la cooperación y la confianza en los equipos.
Pero ¿es posible superar este sesgo? Aunque no podemos eliminarlo por completo, sí podemos desarrollar estrategias para mitigarlo. La escucha activa, por ejemplo, nos ayuda a salir de nuestro propio marco mental y considerar las perspectivas ajenas sin juzgar de inmediato. Practicar la empatía cognitiva, que implica entender los pensamientos y emociones de los demás sin necesariamente compartirlos, también es clave para romper con la visión egocéntrica del mundo.
El reconocido neurocientífico Tali Sharot afirma que la conciencia de nuestros propios sesgos es el primer paso para manejarlos. Reconocer que no siempre tenemos la razón y que nuestras percepciones pueden estar distorsionadas nos abre la puerta a un aprendizaje constante y a relaciones más saludables. ¿Y si empezamos a ver cada desacuerdo no como una amenaza, sino como una oportunidad para expandir nuestra visión?
En última instancia, el sesgo egocéntrico es parte de nuestra naturaleza humana, pero no tiene por qué definirnos. Al cultivar la humildad intelectual y la disposición a escuchar, podemos transformar ese espejo distorsionado en una ventana hacia la comprensión mutua. Después de todo, comprender al otro también es una forma de comprendernos a nosotros mismos.